jueves, 22 de marzo de 2012

Prepráctica para papás

Transeúntes y automovilistas nos miraban extrañados. En cada semáforo, a uno que otro se le escapaba una sonrisa o un gesto de incomprensión. No era para menos, pues Guillermo, mi pololo de 23 años, manejaba una Kia Carnival con 5 niños en su interior y conmigo de copiloto. Para volver la situación aún más divertida, Guillermo llevaba unos lentes de mujer que no pasaban desapercibidos.
Por supuesto que la van no nos pertenecía, ni mucho menos los niños que viajaban en su interior. Todo aquello era un préstamo del hermano mayor de mi pololo. Era día de cuidar a los pequeños, y los lentes eran un complemento ideal según él porque volvían aquella situación aún más inusual para cualquiera que observara desde fuera.
Parecían preguntarse cómo era posible que existieran padres tan prematuros, o miraban con cara de interés; tal vez intentando averiguar dónde nos habíamos conseguido cirugía plástica con tan increíbles resultados.
Ignoramos las miradas, a ambos nos divierte un poco hacer el ridículo.
En la Kia, sonaba el hit de este verano a todo volumen. “Nossa, nossa…” cantábamos todos a coro. Blanquita y María tenían una coreografía rigurosamente ensayada, ambas coincidían con perfección en cada uno de los pasos. Juanito e Ignacio hacían movimientos a toda velocidad y seguían el ritmo de la música. Por su parte Domingo, el más pequeño de todos, hacía su aporte con sonrisas y aplausos que sazonaban de ternura aquella escena particular.
Fue lo mismo con cada una de las canciones que escuchamos durante el trayecto. Todos querían demostrar sus talentos, y mi pololo y yo no dejábamos de corear cada una de las melodías.
Llegamos a la piscina en la casa de mi suegra, y los niños bajaron del auto gritando y cantando restos de la canción que acababa de sonar.
“Niños en una pieza, niñas en la otra”, dijo Guillermo cuando entramos a la casa. Todos acatamos la instrucción, y en poco tiempo estábamos listos para disfrutar de una tarde de piscina que resultaría inolvidable.
Domingo se nos adelantó. Saltó al agua sin siquiera pensarlo, y sus risitas encantadoras nos persuadieron de seguir su ejemplo. Mi pololo salió tras él, y comenzaron una serie de piqueros que serían la entretención del pequeño de dos años hasta el final de la tarde.
Nadamos, nos reímos e hicimos competencias de todo tipo. Juanito deslumbró con las mejores bombitas de agua, salpicando a todo lo que había a su alrededor; María demostró su talento con las volteretas acuáticas, que ejecutaba con rapidez hacia atrás y hacia adelante. Ignacio probó su puntería dándole en la cabeza a mi pololo con una pelota de fútbol, y Blanquita hacía eternas invertidas dentro de la piscina.
Luego de un par de horas, nuestra presencia en el lugar dejó de parecer tan agradable. Los gritos del grupo provocaron que algunas personas nos miraran con cara de disgusto, sin embargo, a ninguno de nosotros pareció importarle. Íbamos a pasar un buen rato, y nada podría cambiar eso.
Probablemente, ninguno de los adultos presentes en el sector pensó que podíamos hacer más ruido del que ya estábamos haciendo; pero tuvimos la brillante idea de jugar Marco Polo, y la paz se escapó por completo de sus manos. Algunos incluso decidieron abandonar el lugar, probablemente por sanidad mental.
Estábamos en evidente desventaja cada vez que a Juanito le tocaba pillar. Le hacía honor a sus talentos en natación braceando tan rápido que no alcanzábamos a escapar. Guillermo y yo teníamos un juego seductor, en que nuestras voces se buscaban la una a la otra y nos perseguíamos con delicadeza. Domingo jamás pudo entender cuándo era que tenía que responder “Polo”, a pesar de eso, sus sonrisas delataban que estaba pasando un buen rato con nosotros.
Abandonamos la piscina a eso de las siete de la tarde sólo porque el frío ya era excesivo. Nos secamos rápidamente con las toallas, envolvimos a los más pequeños en las suyas y subimos al departamento entre risas y canciones incompletas.
Mi suegra nos esperaba con una once de niños en la cocina. Me sentí pequeña otra vez cuando me preguntó si prefería un paquete de galletitas con forma de dinosaurio, o uno de Oreo. Nos sentamos todos a la mesa y comenzaron los chistes. Cada uno tenía los suyos para contar, y todas las veces yo era la última en entender. Nos reíamos a carcajadas de la incoherencia de algunos, de la ordinariez de otros, y de mi bajo nivel de comprensión para los chistes.
Cuando volvimos a la casa de los niños nos esperaban en el refrigerador unos helados que mi pololo había comprado de sorpresa. Servimos potes repletos de helado de frambuesa, chocolate y manjar chips. Parecía nuestra segunda once del día, pero la agitada tarde de piscina que habíamos tenido justificaba tanto apetito.
En la mesa conversamos sobre el mago enmascarado. Cada uno me contó su truco preferido. Ignacio resultó ser un fanático de la magia, y me contaba con brillo en los ojos sobre los capítulos más impactantes.
A pedido de los niños, el día terminó con maratón de películas. En una pieza estábamos Domingo, María, Ignacio y yo viendo “El Gato con Botas”, y en la otra, Blanquita, Guillermo y Juanito viendo la primera parte de “Harry Potter y las reliquias de la muerte”. El pequeño de dos años pidió sentarse a mi lado, y me dio un beso en el brazo que pareció una señal de agradecimiento por aquel día tan divertido que les habíamos regalado. Comimos palomitas de maíz y disfrutamos de las películas.
Cuando llegó la hora de irnos, los niños nos suplicaron que nos quedáramos un rato más; sin embargo, ya era demasiado tarde, y yo debía volver a mi casa.
“Pronto será mi cumpleaños”, les dije, “me encantaría que me acompañaran ese día; podríamos ir todos juntos a tomar un helado”. Pareció encantarles la idea, y María incluso propuso que después de los helados cocináramos pizza en su casa.
Tomé a Domingo entre mis brazos y le di un sonoro beso en la mejilla. Cuando lo dejé en el suelo, Guillermo me miró sonriendo y dijo “Aún no estoy listo para ser papá”. Sólo esa frase bastó para que se ganara un golpecito en el brazo.
A la mañana siguiente, recibí el correo de la coordinadora de carrera solicitando que inscribiera mi último ramo "¿No habrá una prepráctica para papás?", me pregunté.

1 comentario:

  1. Jajaja, el comienzo me dio muchísima risa, te juro que me imaginé una película gringa en que las familias tienen enormes autos y van los papás con como 5 cabros chicos y ellos son muuuy jóvenees aún! Yo creo que alomejor eso mismo se imaginaban algunas personas ajá.
    Y bueno, la tarde, te juro que me pareció muuuy entretenida, es hermoso tener días así de perfectos *-* jajaja. Y el comentario de Guille me dejó: :O :| jajajajajjajajaja, sinceramente quedé PLOP. Jajaja, si puedes explícame, que no entendí mucho :B

    Un abrazo!

    PS: Comenté la entrada anterior.-

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