jueves, 29 de marzo de 2012

Loneliness

No tengo nada sobre que escribir, pero quiero sentarme a hacerlo de todos modos.
"Every now and then I get a little bit lonely and you're never coming around"
Me siento cansada; me pesa la vida.
Tuve la tentación de comenzar a escribir algo importante, pero más allá de las ganas, no había inspiración. Decidí permanecer en algún pensamiento vago, en un sentimiento incompleto e inesperado...
Tal vez necesito descanso, tal vez un lápiz y papel...
Tal vez sólo necesito algo de cariño.

miércoles, 28 de marzo de 2012

La culpa asesinada a sangre fría

Aquella noche helaba, sin embargo, las mujeres lucían sus largos y coloridos vestidos con suma elegancia. Se movían gráciles de un lado a otro, y el castillo de Chambord, ubicado a 14 kilómetros al este de Blois, se llenaba de murmullos, conversaciones animadas y música que resonaba en todas sus paredes.

Estaban allí todas las familias invitadas. Era el baile más importante del año; las mascaradas siempre prometían sorpresas. Mujeres que se atrevían a seducir detrás de sus antifaces, y caballeros que buscaban descubrir qué había más allá.

El salón del castillo relucía con el brillo de las enormes lámparas, unas majestuosas cortinas de seda roja caían en las ventanas, el suelo brillaba y el techo y las paredes tenían llamativos diseños pintados en color oro. 

Algunos retratos decoraban la habitación, y había unas cuantas sillas, a juego con las cortinas, para aquellos que no fueran a bailar.

Los elegantes carruajes se detenían junto a la puerta del castillo, y los empleados recibían a todos los invitados con una elegante reverencia que luego los conducía al salón principal.

Cuando la habitación estaba repleta de gente, la orquesta se preparó para el primer baile. Se formaron dos hileras, una de hombres y otra de mujeres, y comenzaron a bailar. Con un delicado primer paso, se abrió lugar a una coreografía rigurosa. Todos seguían el ritmo de la música y daban los pasos con exactitud. A veces aplaudían, otras, hacían resonar el suelo con sus zapatos.

Cambiaban las parejas, la gente sonreía, la música continuaba sonando y todos parecían ir al ritmo del agitado baile, excepto uno de los invitados.

Rezagado en una de las esquinas del salón, estaba Frédéric Goncourt, un hombre alto y apuesto, con un disfraz de pierrot, que iba a juego con su rostro maquillado de blanco. Sostenía la cabeza entre las manos, y su pelo castaño le caía desordenado hacia delante.  

Cuando Diane miró a aquella esquina, inmediatamente dejó de bailar. Aunque no podía ver los brillantes ojos de Frédéric, sabía que era él. Podía reconocerlo sin importar la distancia que los separara.

Diane tenía sólo 16 años, pero su madre una vez le había dicho que Frédéric era el hombre para ella, y desde entonces, no había podido sacarse la idea de la cabeza. Aquella noche lucía un elegante vestido color rosa pálido y detalles blancos. Su larga cabellera rubia estaba recogida con una flor a juego con su vestido, y una pieza única adornaba su cuello delicado. Los ojos le brillaban por la esperanza de estar con Frédéric; estaba segura de que lo conquistaría en aquel baile.

Caminó hacia él, con pasos llenos de gracia, mirando coqueta a través de la máscara con sus ojos azules. Ensayaba en su cabeza una y otra vez las palabras.

“Buenas noches, Frédéric” – le dijo suavemente, y acompañó su saludo con una reverencia.  

Él levantó la cabeza y dirigió su mirada hacia ella. Diane era la única capaz de quitarle todo el dolor y la culpa que sentía. Sus inmensos ojos azules lo invadieron de calma, se sintió renacer.

“Buenas noches” – respondió. “¿Qué ocurre que no estás bailando?” – le preguntó con una leve sonrisa en los labios.

Diane pudo sentir como sus mejillas se sonrojaban; pensó en decirle que lo único que quería era bailar con él alguna pieza, que no podía dejar de mirarlo a la distancia y que al fin había reunido el valor suficiente para acercarse a él y saludarlo.

“¿Qué ocurre que tú no estás bailando?” – dijo ella evadiendo la pregunta, y quitándose el antifaz que cubría su rostro.

Él la miró con detalle, seducido por la delicada línea de su sonrisa, cautivado por el brillo enigmático de sus ojos, y dejó que las palabras fluyeran de sí: “¿Me concederías esta pieza?” – dijo al tiempo que estiraba su mano para recibir la de ella.

Diane posó sus dedos con delicadeza sobre los de Frédéric y ambos caminaron a la pista de baile.

No dejaban de mirarse fijamente, y sus pasos iban al son de la música. Tras cada movimiento, una bocanada de aire impregnado con el dulce aroma de Diane quedaba flotando en el aire, y Frédéric hacía lo posible por conservar cada nota de aquella esencia en su memoria. Esos momentos le parecían maravillosos, le recordaban que valía la pena vivir.

Bailaron muchas canciones, un baile tras otro, y cuando por fin la orquesta se decidió a tocar la canción favorita de Frédéric, él decidió que era el momento indicado.

“Diane…” – comenzó diciendo, pero sus intenciones de hablar se vieron interrumpidas por gritos alarmados dentro del salón. Alguien había irrumpido en el baile montado en su caballo y blandiendo una espada.

“Pagarás por lo que has hecho” – gritó el hombre sobre el caballo, dirigiéndose a Frédéric. Él sabía precisamente de quién se trataba; no necesitaba ver su rostro para adivinarlo, y también conocía de antemano los cargos por los cuales lo estaban culpando. Aquella noche debía morir, o volver a matar.

Se bajó del caballo de un salto, y al sacarse su máscara, causó gran impresión en todos los presentes. Era Jacques, el hermano mayor de Frédéric.

“¿Qué está pasando?” – preguntó Diane con el rostro desfigurado por la impresión. Estaba asustada y confundida. Quería refugiarse en los brazos de su amado, pero aquella situación lo involucraba a él también.

Ocurrió lo que ella tanto temía. “¡Toma tu caballo y sígueme por el bosque!” – le dijo Jacques a su hermano, “Esta noche pagarás por haber asesinado a nuestra madre”.

Se escuchó un grito ahogado en toda la habitación, seguido de un murmullo incesante. Frédéric se alejó de Diane sin decir una palabra, y montó su caballo negro para salir a aquella fría noche de invierno y lanzarse en una batalla a muerte con su hermano mayor.

Galoparon hasta que se habían alejado lo suficiente de la fiesta. Se encontraban perdidos entre los 14 kilómetros de bosque que rodeaban el castillo de Chambord.

Entre insultos y frases entrecortadas por la rabia, Jacques se bajó de su caballo. Tenía 26 años, se parecía mucho a su hermano, pero era un poco más alto y musculoso. Lucía un disfraz, como si alguna vez hubiese tenido la intención de ir al baile.

Desenvainó su espada, y Frédéric le siguió. Inmediatamente, y sin pensarlo, se batieron a duelo. Se oía con nitidez el choque de los metales, y Jacques no dejaba de gritar. Guiado por la rabia, sus movimientos eran mucho más rápidos y acertados que los de Frédéric.

Parecía que el hermano menor estaba dispuesto a morir. Aquella tarde había envenenado a su madre sin piedad. Ahora, tal vez se arrepentía, y veía la muerte como el único castigo que podría liberarlo de la inmensa culpa que sentía.

No sabía por qué lo había hecho, ni siquiera sabía por qué seguía luchando si él mismo sentía que debía morir. Claire siempre había sido una mujer maravillosa, la mejor madre que pudo tener, y él estaba consciente de ello, pero todo había ocurrido en un momento de arrebato, y no había tenido la suficiente hombría como para confesarle a su hermano lo que había hecho. Escondió el cuerpo de su madre en el armario, y antes de cerrarlo, le cubrió con sus ropas los ojos aún abiertos que parecían preguntarle el motivo de aquel asesinato.

Sumido en sus pensamientos, casi no alcanzó a notar cuando Frédéric lo atravesó con su espada afilada. 
Aunque la herida no había sido en su corazón, no tardaría en morir desangrado.

Escuchó que algunos carruajes llegaban al lugar donde se encontraban, pudo oír también los gritos de Diane, que le rogaba desde la lejanía que tuviera fuerzas, que no la dejara. Sintió cómo su mejor amigo, Loic, lo levantaba del suelo. Y otros dos asistentes al baile, a quienes no pudo reconocer, lo ayudaban en vano.

“Jamás podré perdonarte”, dijo Jacques, y eso fue lo último que Frédéric alcanzó a oír antes de que su corazón dejara de latir. Aquella noche se llevaba a la tumba el amor, la esperanza y la culpa.

jueves, 22 de marzo de 2012

Prepráctica para papás

Transeúntes y automovilistas nos miraban extrañados. En cada semáforo, a uno que otro se le escapaba una sonrisa o un gesto de incomprensión. No era para menos, pues Guillermo, mi pololo de 23 años, manejaba una Kia Carnival con 5 niños en su interior y conmigo de copiloto. Para volver la situación aún más divertida, Guillermo llevaba unos lentes de mujer que no pasaban desapercibidos.
Por supuesto que la van no nos pertenecía, ni mucho menos los niños que viajaban en su interior. Todo aquello era un préstamo del hermano mayor de mi pololo. Era día de cuidar a los pequeños, y los lentes eran un complemento ideal según él porque volvían aquella situación aún más inusual para cualquiera que observara desde fuera.
Parecían preguntarse cómo era posible que existieran padres tan prematuros, o miraban con cara de interés; tal vez intentando averiguar dónde nos habíamos conseguido cirugía plástica con tan increíbles resultados.
Ignoramos las miradas, a ambos nos divierte un poco hacer el ridículo.
En la Kia, sonaba el hit de este verano a todo volumen. “Nossa, nossa…” cantábamos todos a coro. Blanquita y María tenían una coreografía rigurosamente ensayada, ambas coincidían con perfección en cada uno de los pasos. Juanito e Ignacio hacían movimientos a toda velocidad y seguían el ritmo de la música. Por su parte Domingo, el más pequeño de todos, hacía su aporte con sonrisas y aplausos que sazonaban de ternura aquella escena particular.
Fue lo mismo con cada una de las canciones que escuchamos durante el trayecto. Todos querían demostrar sus talentos, y mi pololo y yo no dejábamos de corear cada una de las melodías.
Llegamos a la piscina en la casa de mi suegra, y los niños bajaron del auto gritando y cantando restos de la canción que acababa de sonar.
“Niños en una pieza, niñas en la otra”, dijo Guillermo cuando entramos a la casa. Todos acatamos la instrucción, y en poco tiempo estábamos listos para disfrutar de una tarde de piscina que resultaría inolvidable.
Domingo se nos adelantó. Saltó al agua sin siquiera pensarlo, y sus risitas encantadoras nos persuadieron de seguir su ejemplo. Mi pololo salió tras él, y comenzaron una serie de piqueros que serían la entretención del pequeño de dos años hasta el final de la tarde.
Nadamos, nos reímos e hicimos competencias de todo tipo. Juanito deslumbró con las mejores bombitas de agua, salpicando a todo lo que había a su alrededor; María demostró su talento con las volteretas acuáticas, que ejecutaba con rapidez hacia atrás y hacia adelante. Ignacio probó su puntería dándole en la cabeza a mi pololo con una pelota de fútbol, y Blanquita hacía eternas invertidas dentro de la piscina.
Luego de un par de horas, nuestra presencia en el lugar dejó de parecer tan agradable. Los gritos del grupo provocaron que algunas personas nos miraran con cara de disgusto, sin embargo, a ninguno de nosotros pareció importarle. Íbamos a pasar un buen rato, y nada podría cambiar eso.
Probablemente, ninguno de los adultos presentes en el sector pensó que podíamos hacer más ruido del que ya estábamos haciendo; pero tuvimos la brillante idea de jugar Marco Polo, y la paz se escapó por completo de sus manos. Algunos incluso decidieron abandonar el lugar, probablemente por sanidad mental.
Estábamos en evidente desventaja cada vez que a Juanito le tocaba pillar. Le hacía honor a sus talentos en natación braceando tan rápido que no alcanzábamos a escapar. Guillermo y yo teníamos un juego seductor, en que nuestras voces se buscaban la una a la otra y nos perseguíamos con delicadeza. Domingo jamás pudo entender cuándo era que tenía que responder “Polo”, a pesar de eso, sus sonrisas delataban que estaba pasando un buen rato con nosotros.
Abandonamos la piscina a eso de las siete de la tarde sólo porque el frío ya era excesivo. Nos secamos rápidamente con las toallas, envolvimos a los más pequeños en las suyas y subimos al departamento entre risas y canciones incompletas.
Mi suegra nos esperaba con una once de niños en la cocina. Me sentí pequeña otra vez cuando me preguntó si prefería un paquete de galletitas con forma de dinosaurio, o uno de Oreo. Nos sentamos todos a la mesa y comenzaron los chistes. Cada uno tenía los suyos para contar, y todas las veces yo era la última en entender. Nos reíamos a carcajadas de la incoherencia de algunos, de la ordinariez de otros, y de mi bajo nivel de comprensión para los chistes.
Cuando volvimos a la casa de los niños nos esperaban en el refrigerador unos helados que mi pololo había comprado de sorpresa. Servimos potes repletos de helado de frambuesa, chocolate y manjar chips. Parecía nuestra segunda once del día, pero la agitada tarde de piscina que habíamos tenido justificaba tanto apetito.
En la mesa conversamos sobre el mago enmascarado. Cada uno me contó su truco preferido. Ignacio resultó ser un fanático de la magia, y me contaba con brillo en los ojos sobre los capítulos más impactantes.
A pedido de los niños, el día terminó con maratón de películas. En una pieza estábamos Domingo, María, Ignacio y yo viendo “El Gato con Botas”, y en la otra, Blanquita, Guillermo y Juanito viendo la primera parte de “Harry Potter y las reliquias de la muerte”. El pequeño de dos años pidió sentarse a mi lado, y me dio un beso en el brazo que pareció una señal de agradecimiento por aquel día tan divertido que les habíamos regalado. Comimos palomitas de maíz y disfrutamos de las películas.
Cuando llegó la hora de irnos, los niños nos suplicaron que nos quedáramos un rato más; sin embargo, ya era demasiado tarde, y yo debía volver a mi casa.
“Pronto será mi cumpleaños”, les dije, “me encantaría que me acompañaran ese día; podríamos ir todos juntos a tomar un helado”. Pareció encantarles la idea, y María incluso propuso que después de los helados cocináramos pizza en su casa.
Tomé a Domingo entre mis brazos y le di un sonoro beso en la mejilla. Cuando lo dejé en el suelo, Guillermo me miró sonriendo y dijo “Aún no estoy listo para ser papá”. Sólo esa frase bastó para que se ganara un golpecito en el brazo.
A la mañana siguiente, recibí el correo de la coordinadora de carrera solicitando que inscribiera mi último ramo "¿No habrá una prepráctica para papás?", me pregunté.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Enamorada, eso es seguro

Si quisiera tener miedo, podría vivir amarrada en la simple duda que me deja tu ausencia. Si quisiera volverme loca, podría besarte hasta no respirar; podría desnudarte el cuerpo y enredarme en tus secretos.
Si quisiera sentir decepción, podría vivir esta vida sin mirarte otra vez. Si quisiera estar enojada, podría no volver a escuchar tus disculpas.
Si quisiera sonreír, sé que basta con acercarte a mí; y si quisiera que una carcajada me invadiera de forma inevitable, sólo tengo que empezar por hacerte reír.
Sé que si quiero cantar, puedo cantar contigo... Sé que si avanzo, avanzamos juntos.
Y si no quisiera estar enamorada... Ya no hay nada que pueda hacer al respecto.

Sola, loca, culpable.

Termina la primera, y última clase del día. Yo canto a viva voz una de mis canciones favoritas de la infancia: "Two in a million". ¿Y que más puedo hacer si el grupo que admiraba a mis siete años se ha vuelto a reunir?
El recuerdo me remece el corazón, siento un leve escalofrío y paso a la siguiente canción. "S Club!", gritamos a coro.
Es día polémico, día de alianzas, día de estar floja y no hacer nada más que escribir.
Todo comenzó esta mañana con los Trending Topic en Twitter que no pudieron pasar desapercibidos, qué no ocurría hoy? Estábamos llenos de "eventos".
A tanta noticia, le siguieron un par de waffles con poca miel. Odio cuando se acaba y tengo que maltratar el envase con tal de conseguir una gotita de su contenido ¿A quién no le ha pasado?
Llegué tarde, como siempre, y bailé como nunca.
¡AZUL! ¡AZUL! Estábamos llenos de entusiasmo, dispuestos a ganar todas las competencias a costa de (casi) cualquier cosa.
Luego lo inesperado; la rabia desatada, la copucha en su máxima expresión y un vaso de agua que me pareció eterno.
Mi "Galán Galeno" me ha tenido abandonada todo el día; temas de trabajo, por supuesto. Yo sólo me pregunto si hará falta que ponga un aviso de "Se busca reemplazante". ¿Qué hago si estoy cariñosa y el cabro es tan trabajador? Pequeño detalle, olvidé decirle que en mis complejos de princesa necesito de su amor las 24 horas del día. (Bueno, bueno... Tal vez no taaaanto)
Quiero irme a dormir. Puede ser culpa; mi subconsciente sabe que son las ocho de la noche y aún no he hecho nada.
"¿Que importa?", me pregunta sarcástico el pequeño demonio en mi hombro izquierdo...
Me lleno la boca de cereales y doy media vuelta para contemplar mi cama con deseo.

Volver al cielo

Volver al cielo sería sencillo. Sólo necesito un poco de tus besos dulzones, la amargura de los recuerdos que aterra recordar y una sonrisa que se convierte en la curva sensual que persigue mi instinto.
Volver al cielo sería sencillo. Basta una mirada asesina que detenga mis latidos, un encierro permanente que me haga perder toda esperanza y una probada de la sustancia peligrosa que recorre tus venas.
Volver al cielo sería sencillo. Podría atravesarme en el espejo, arrancarme sin piedad el corazón y entonar un grito desgarrador que no deje a nadie impertérrito.
Volver al cielo sería deseo, sería devorarte los labios, que me azotes con alguna frase cruel, que vuelvas a enamorarme con una mirada, que nos perdamos en una fantasía...
Volver al cielo... Volver al cielo sería sencillo.

lunes, 19 de marzo de 2012

Todos los perritos se van al cielo

Hoy, 19 de marzo, se cumplen dos años desde la muerte de mi perro.
Tuvimos que sacrificarlo porque tenía un cáncer terminal que ya no lo dejaba comer ni moverse. Aquel día, luego de tener sobre mis hombros el poder de una decisión que lo cambiaría todo, llegué a mi casa y le escribí una carta:

Me fui esa mañana rápidamente al colegio... Un poco más tranquila por haberte visto comer al menos. 
No pensé jamás que a mi regreso me esperaba tu ausencia... 
Había planeado pasar la tarde a tu lado, peinandote, haciendote cariños y diciendote que juntos podríamos salir adelante: Siempre lo creí así. 
No sabes lo importante que eres para mí, y ahora más que nunca quisiera sentir tu entusiasmo habitual: Que saltes en la ventana, ladrando cuando me ves llegar; que muevas tu colita; que languetees mis dedos a traves de la reja, y apoyes tu cabeza en mis manos para que la acaricie. 
Eres increible; tan fuerte.. te admiro. Nunca dejaste de luchar, y jamás te quejaste de nada... Yo ya siento que no puedo sola; quisiera tener tu valentía. 
Perdoname por no acariciarte cada día más, por no correr a tu lado siempre que lo pedías, y por olvidar buscar la pelota verde que perdimos en el jardín... 
Aún no era tiempo de dejarlo todo atrás; te quedaban tantas cosas por descubrir: El sabor de las nuevas galletas que compré para tí, y sentir la brisa en tu pelito si corrías tan rápido como podías... La emoción de ese nuevo juguete que me quedé con ganas de regalarte, y descubrir que el hermoso perrito en el espejo del baño eras tu, gordo.. Trucos que me faltó enseñarte, y mil abrazos que aún quisiera darte.. Mis 18 y tus 4... 
Bebé, eres una de las cosas más lindas que me pasó en mi vida... Y en este nuevo paso de la tuya, quiero que sepas que siempre voy a acompañarte. Seguirás estando en la casa donde creciste, y yo seguiré adelante teniendote a tí como ejemplo.. Voy a ser fuerte, y lucharé contra cualquier obstáculo que se me presente... Como tú. 
Un angelito me está cuidando, y es el más lindo de todos. 
Gracias por dar la pelea hasta el final, y por regalarme los momentos más hermosos que he vivido. 

TeAmo. 


Hoy lo recuerdo con orgullo, como el perro más valiente que he conocido en toda mi vida. Me acompaña cada día, y me recuerda que cuando todo parece perdido, debo dar lo mejor de mí, siempre hasta el último respiro. 

Muñeca de trapo

Rodeada de gente,
y aún así tan sola.

Perdida en un suspiro,
añorando poder encontrarme conmigo misma.

Haciendo preguntas que no valen mis dudas,
Permanezco en una pausa eterna que congela hasta mis sentimientos.

Fría, asustada; rodeada de gente,
y aún así tan sola.

domingo, 11 de marzo de 2012

Mi silencio

Equivoco las palabras, no coinciden mis razones... No creo que nada sea suficiente y por eso prefiero quedarme; volver, entre mis miedos enredada.
Intento, de corazón busco soluciones. Nada me dice que mi confusión no sea algo permanente, nadie me asegura que estos temores vayan a marcharse.
Olvídalo, tú no lo sabrías ni aunque mi corazón lo dijera a gritos.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Llévame

Efímero, y aún así tan eterno.
Enfrento este amor por ti con miedo; me lleno de valentía para no perderme de ningún sólo momento, de ninguna sola emoción.
Le susurro a tu corazón palabras que parecen indescifrables. Te lleno de besos que quieren contar historias interminables.
Lo nuestro parece tan efímero, y aún así tan eterno.
Los momentos son infinitamente nuestros, y tu sonrisa me embriaga de cariño, de esperanza.
Llévame, quiero volar contigo.